Ahora con la primavera se acercan tiempo de lluvias y de trombas de agua. Si las lluvias son abundantes, dispondremos de unas buenas reservas de nuestros ríos, lagos y pantanos. Pero también podemos hablar de un río muy personal, el río que simboliza nuestra existencia.

A medida que nuestra vida se expande y que nos vamos tirando grandes, nuestro caudal va aumentando. Maduramos y nuestras aguas van cada vez cogiendo más bastante, llegan también además lugares y además personas. Pero, de vez en cuando, hay momentos que nos ensucian nuestras aguas.

Hay veces en que sufrimos de fuertes lluvias y nuestro río se llena de hojas, troncos y suciedad. Puede ser que todo este material se disuelva y siga río abajo, como si no hubiera pasado nada. Serían, por ejemplo, aquellas situaciones en las que nos hemos discutido con un amigo o amiga, y al cabo de poco nos hemos reconciliado. O cuando nos han dado alguna mala noticia, o hemos perdido algo, pero al cabo de un tiempo, nos hemos rehecho. Todas estas experiencias diríamos que las hemos superado o las hemos procesado correctamente.

Pero también puede pasar que las lluvias se conviertan en tormentas. Entonces es cuando nuestras aguas se llenan de un gran número de rocas, barro, árboles caídos… Todo esto se va acumulando y puede llegar a generar tapones. Sería el caso de situaciones más graves, o que nos han afectado de una manera más intensa. Por ejemplo, cuando sufrimos la pérdida de un familiar, o cuando perdemos el trabajo, o cuando padecemos una separación. Son grandes tormentas emocionales y no son sencillas de superar. En estas ocasiones se acumula una gran cantidad de basura.

Puede ser que también se junte con desechos que nuestro río llevaba arrastrando de hace tiempo. Entonces el agua no fluye de igual modo y nos sentimos abatidos. Cómo si nuestras vidas hubieran perdido brillo, vitalidad y energía. Incluso a veces es tanta la acumulación de deshechos que el agua se estanca del todo y no avanza. Es en estos episodios donde la persona puede sufrir un trastorno o una dolencia.

Esta masa que lleva nuestro río, son emociones que se han quedado estancadas. La tristeza por la pérdida de un ser querido, la rabia o la frustración por la pérdida de un puesto del trabajo, o el miedo por una situación familiar
complicada. Este estancamiento de aguas desprende un mal olor, y si no lo liberamos cada vez irá a peor.

Para liberar nuestras emociones tenemos, antes que nada, reconocerlas, para después ser capaces de darles voz, escucharlas y comprenderlas. Sólo después de esto podemos pasar a liberarlas. Para hacer tal acción, es importante contar con el apoyo de profesionales de la salud. El hecho de poder explicar o compartir con alguna persona que te escuche sin ningún tipo de juicio ni recriminación, permite que estos bloqueos se puedan ir disolviendo.

También el uso de técnicas y nuevas metodologías nos pueden ayudar a que las emociones cambien. E igual que el río, una vez estas hojas, ramas y troncos hayan avanzado, vendrán otras emociones más positivas. Este es el ciclo del agua y también el de las emociones, todo fluye si hacemos que fluya.