Cuando éramos pequeños, era muy frecuente que cuando estábamos tristes nuestros padres nos respondieran con un: “no llores”, o “deja de llorar”, u otras expresiones mucho más limitantes. Lo mismo pasaba con otras emociones como la rabia, el miedo, la vergüenza… Todo estaba orientado a negar, dejar o bloquear las emociones. Ahora, como adultos, hay muchas de estas situaciones que podemos estar repitiendo con nuestros hijos.

¿Eres conscientes de qué les dices a tus hijos? ¿De cómo actúas con ellos? ¿De las creencias o aprendizajes que están efectuando? Probablemente no del todo. Así pues, sigue leyendo porque entonces este artículo te puede ayudar.

No es extraño que parte de esta educación esté reproduciéndose en la actualidad como un tipo de aprendizaje básico. Durante la etapa de la impronta (desde el nacimiento hasta el seis y siete años), los niños son como esponjas e incorporan un gran número de información. Dentro de estos aprendizajes hay algunos más adaptativos y otros menos adaptativos.

Quizás antes la educación emocional pasaba más desapercibida, pero ahora, en la actualidad, ya no hay ninguna excusa. Lo importante por los padres y madres es poder enseñar a sus hijos a reconocer, en un primer lugar, las emociones o los sentimientos que tienen. Es muy relevante formar a los niños en la conciencia emocional y también en la correcta designación de las diferentes emociones. No es lo mismo expresar que estamos aburridos, que expresar que estamos tristes, enfadados, contrariados, sorprendidos… Hay una gran variedad de emociones y sentimientos, y es importante poder hablar con propiedad sobre cada una de las emociones.

Para llegar a este punto, los adultos podemos compartir como nos sentimos en determinadas situaciones, puesto que es la mejor manera de poder naturalizar y normalizar el reconocimiento emocional.

El siguiente punto sería la gestión de estas emociones. Aquí tenemos que diferenciar entre emociones y sentimientos y conductas. Está bien que un niño pueda expresar que está enfadado, pero que canalice su rabia o enojo hacia sus hermanos no es correcto. Es por eso que hay que poner énfasis en esta diferencia.

No es cuestión de prohibir o limitar la emoción de la rabia o de los nervios, sino enseñar que pueden llevar estas emociones y sentimientos a terrenos o actividades donde no hagan daño a los demás ni a ellos mismos. Por ejemplo, el hecho de poder realizar alguna actividad deportiva, cantar, dibujar, o hacer manualidades para exteriorizar las tensiones internas.

Para estos casos, tal como hemos explicado, lo mejor es poder educar con el ejemplo. Si los padres expresan su rabia gritando o dando veces, los niños también copiarán este modelo. Es correcto que el adulto pueda comunicar que se siente enfadado o triste, pero acto seguido puede plantear una conducta alternativa que sea un buen modelo de gestión de estos sentimientos. Por ejemplo, puede estar un rato en una parte del hogar para poder calmarse, poner música que le ayude a sacar las emociones, o simplemente puede realizar alguna tarea mecánica o repetitiva que le ayude a gestionar mejor estas emociones, como podría ser cocinar, regar o limpiar algo.

El último paso, sería el aprendizaje y la reflexión. Es bueno dar un espacio para ayudar a los niños a descubrir la importancia del trabajo emocional, y también es una muy buena forma de transmitir las ganas de saber más sobre sí mismos. Sobre cómo sienten, piensan y como actúan.