Está claro que hay tantos estilos como padres y madres existen. Pero si tuviéramos que hacer una clasificación, podríamos hablar de un eje con dos extremos opuestos, a un lado, el estilo autoritario y en el otro, el estilo permisivo. En otro eje tendríamos por una parte el estilo sobreprotector y por otra, el estilo negligente. De esta manera, podremos tener varias combinaciones: autoritario-sobreprotector, autoritario-negligente, permisivo-sobreprotector y permisivo-negligente.
Seguro que coincidirás conmigo en que los extremos no son adecuados en ningún caso. En efecto, se trata de encontrar un punto intermedio, el punto justo. No tiene porqué ser exactamente el centro, puede tender a un lado u otro ya que hay millones de matices y cada uno de ellos tendrá ventajas e inconvenientes.
· El estilo autoritario se caracteriza por ser exigente y ejercer un gran control. Los límites están bien marcados y son más bien restrictivos. Su manera de disciplinar preferiblemente es el castigo y se preocupa sobretodo porque el niño obedezca las normas.
· El estilo permisivo es poco exigente, todo le parece bien. No existen límites o son muy difusos. A menudo, lo que pretende es la evitación de conflictos y mantener una buena relación con el hijo.
· El estilo sobreprotector controla mucho todo lo que hace el niño con el objetivo de que no sufra o se haga daño. Existen muchos límites.
· El estilo negligente ejerce muy poco control y no es exigente. No se disciplina cuando hay conductas inadecuadas ni se refuerza cuando hace lo correcto. Pretende dar libertad total al niño.
Cuando queremos que los niños sean autónomos y responsables, a veces, nos centramos en enseñarles las normas de conducta. Que los niños conozcan qué deben hacer no garantiza que sean autónomos ya que se nos olvida lo más importante de conocer una norma: conocer el porqué. Es muy típico del estilo autoritario, por ejemplo, enseñar las normas sin explicación alguna. Se hace así “porque lo digo yo”, “porque sí”. Esto funcionará mientras ejerzamos control sobre los niños y les digamos qué deben hacer en todo momento.
Podríamos pensar, entonces, que lo mejor para que sean autónomos es no imponer normas sobre lo que está bien, sino que sean ellos los que lo averigüen y decidan. En este caso, quizás tengan un sentido de autonomía diferente. Muy a menudo el resultado de no imponer límites, de ser permisivo, es que creamos en los niños inseguridad porque no saben qué se debe hacer y qué se espera de ellos. Fruto de esa inseguridad puede que opten por buscar esos límites de manera inadecuada, con conductas muy disruptivas.
Quizás pensando en su bien, decidimos que lo mejor es protegerlos y evitar a toda costa que cometan errores. Este estilo sobreprotector es uno de los que menos ayuda a adquirir la autonomía de los niños. Entonces encontramos que los niños saben qué deben hacer e incluso puede que el porqué, pero no se atreven a hacerlo solos. Cuando les ayudamos en exceso o no les permitimos hacer ciertas conductas les estamos mandando el mensaje de que ellos no saben o no pueden hacerlo solos, anulando casi por completo su autonomía.
El estilo negligente es un estilo que daña gravemente la autoestima de los niños. Es posible que al no encontrar en los padres una guía la busque en otro sitio ya que esto les da seguridad. De esta forma no fomentamos la autonomía, sino que dependerá de otra persona ajena a nosotros.
Como mencionábamos antes, se debe evitar los extremos. La cuestión entonces es en qué medida somos autoritarios o permisivos, sobreprotectores o negligentes. Esto dependerá del niño, de ver qué funciona y qué no funciona con cada uno. Incluso puede depender de la época y estado de ánimo del niño. En definitiva, no hay una única respuesta correcta ni una receta óptima para todos.
Cristina Luque
Psicóloga Infanto-Juvenil
Experta en Terapias Neurocientíficas
Colaboradora en OWL INSTITUTE. Institut Psicològic