Son pasadas las once de la noche y Cristina y Marc no duermen, están hablando con su teléfono móvil y haciendo uso de la tablet, respectivamente. Esta situación no tendría que preocuparnos, si no fuera porque Cristina tiene 15 años, Marc tiene 12 y mañana hay colegio.
Y los padres, ¿qué hacen? Los padres, como muchos otros, han probado de muchas maneras poner ciertos límites, pero cada vez se les hace más cuesta arriba. Los padres de Cristina y Marc no son la excepción, sino que empieza a ser la norma imperante en los tiempos que vivimos.
Si les preguntas qué sucede cuando castigan a sus hijos sin sus dispositivos, te responden que se irritan, responden mal, tienen comportamientos desafiantes e incluso pueden llegar a mostrarse agresivos. Unos comportamientos propios de cualquier adicción. Y es que estudios neurocientíficos demuestran que el uso, por ejemplo, de las redes sociales, están transformando literalmente nuestro cerebro. Cada vez que colgamos una foto, que recibimos un comentario o que mantenemos una conversación, se generan unas sustancias que producen placer en nuestro cerebro. Esto, repetido a lo largo del día, con una media de 400 a 500 mensajes, puede generar una necesidad mental, física y emocional.
Estos dispositivos son tan adictivos porque suponen un refuerzo sencillo (los niños y jóvenes ya han nacido en este mundo digital), rápido, gratuito (son los padres quién lo pagan) y fácil, sin límites (muchas veces los padres desconocen como poner los filtros adecuados).
Y entonces, ¿qué solución hay a estas conductas? El primer paso es que los padres y madres ganen conciencia de la relevancia de estas adicciones y de los efectos que pueden llegar a tener en sus hijos e hijas. El segundo, es determinar a qué edad se les debe regalar el móvil. Se recomienda poder retrasar el máximo ese momento. Cada vez la sociedad y las empresas de telefonía presionan para que los niños y niñas tengan un teléfono a edades más tempranas. Lo ideal es esperar y hacerlo cuando más tarde posible, puesto que ello permitirá al joven adquirir más capacidad de reflexión y madurez.
El tercer elemento son los límites. El control que hacen los padres del uso del móvil tiene que estar muy presente desde el principio y a medida que pase el tiempo y que el joven vaya demostrando responsabilidad, es entonces cuando se puede ir flexibilizando el control. De este modo, se deben establecer horarios de uso y no uso del teléfono, aplicaciones o redes a las que no puede acceder, filtros de páginas web y de enlaces y sobre todo mantener una comunicación próxima con el adolescente para poder estar alerta de posibles problemáticas.
Otra opción es la del contrato familiar, que consiste en reunir en un contrato, todas estas reglas y otras que puedan surgir, para que el joven se comprometa a cumplirlas. Se recomienda que dicho contrato se firme por el adolescente y también por los padres, y que esté visible en alguna parte de la casa, como en la nevera. Estas son maneras óptimas de poder poner ciertos límites y ayudar así a crecer a nuestros hijos libres de dependencias que los pueden ligar para toda la vida.