Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos todos acostumbramos a creer que tenemos el control total de nuestras vidas, que los sucesos y situaciones que nos vamos a encontrar son las esperables en un contexto seguro y no pensamos en que un acontecimiento negativo o grave nos vaya a suceder a nosotros. Este pensamiento es un mecanismo básico de supervivencia de todas las personas, que ayuda a establecer nuestra zona de confort y nos proporciona una seguridad para seguir día a día con nuestra vida.

Pero, ¿qué sucede cuando hay una circunstancia fuera de lo habitual que trunca esta sensación de control? Este tipo de situaciones es lo que se conoce como situaciones críticas o potencialmente traumáticas, las cuales se sitúan fuera de cualquier experiencia anterior o esperable que hayamos tenido y rompen la sensación de seguridad que acostumbramos a tener. Y no solo eso, sino debido a los daños y pérdidas que nos suponen estas situaciones, terminamos por cuestionar nuestros valores más básicos.

Las personas disponemos de recursos personales y sociales para poder afrontar este tipo de acontecimientos negativos, pero si no los usamos correctamente nuestro malestar puede incrementarse en el tiempo más de lo necesario y podemos incluso llegar a desencadenar algún tipo de trastorno, como el trastorno por estrés postraumático.

Esto sucede cuando frente algún tipo de catástrofe, tanto si son de tipo cotidiano (accidentes de coche, ser víctimas de algún tipo de agresión, etc.) o extraordinario (atentado, terremoto, accidente con múltiples víctimas), las respuestas con las que tratamos de afrontar esa situación traumática, se cronifican.

El modo en que inicialmente respondemos a esos peligros es totalmente normal y una forma de afrontamiento adaptativa, como son las reacciones de miedo o el estrés que se pueden padecer en un primer momento, pero si esa misma respuesta se sostiene en el tiempo sin que podamos reducirla o controlarla, es cuando no podemos integrarla en nuestra vida y nos produce un gran malestar.

Las re-experimentaciones o flashbacks del suceso, las evitaciones de aquello que nos recuerda a lo vivido o estar en un estado constante de hiper-alerta y susceptibilidad, son algunos de los efectos resultantes cuando no se ha integrado correctamente esa experiencia negativa. Estos síntomas de malestar continuaran generando un importante deterioro en la vida de la persona.

Otros de los síntomas habituales que pueden surgir, entre muchos otros, podrían ser una desregulación del sueño y la dieta, incrementándose o disminuyéndose considerablemente y, en el caso del sueño, que este no sea del todo reparador. También podríamos encontrarnos con que la persona se encuentre desregulada a nivel emocional, sintiéndose más irritable o sensible, así como dificultades de concentración.

Frente a esta situación, ¿qué podemos hacer y que hemos de tener en cuenta?

Lo primero de todo es entender que toda esta sintomatología es completamente normal y habitual en este tipo de situaciones, una reacción natural de nuestro cuerpo y mente. Muchas veces, las personas que presentan estos síntomas llegan a pensar que se están volviendo locas, sencillamente porque desconocen que el cuerpo pueda responder de esta manera o no entienden el significado de lo que les ocurre. Por eso es vital normalizar la sintomatología, pero sin sacarle importancia al malestar que genera.

Es necesario cuidar el sueño y la alimentación, incidiendo especialmente en la hidratación y evitando los alimentos excitantes (café, teínas, etc.). Procurar, aunque no se tenga sueño, hacer descansos o actividades relajantes.

Potenciar el contacto social con la red personal y familiar de soporte. A veces podemos pensar en evitar este contacto con personas próximas para no preocuparlas o porque creemos que no entenderán nuestra situación, pero este pensamiento no hace más que apartar nuestra red de apoyo, la cual necesitamos en ese momento. También hemos de procurar aumentar las actividades de ocio que le generen placer a la persona o, como mínimo, no reducirlas.

Y por último, potenciar el afrontamiento gradual y el regreso a la vida cotidiana que teníamos antes de la situación crítica. La evitación de estímulos, situaciones o lugares que nos recuerdan a lo sucedido suele ser la respuesta habitual una vez han pasado varios días después del primer impacto. Es importante no ceder ante el miedo que nos producen esos estímulos e ir afrontándolos poco a poco para conseguir superarlos. De lo contrario, mantenemos la situación que nos genera un gran malestar y no permitimos que este se elimine.

 

 

 

Víctor Carretero

Psicólogo y Psicoterapeuta

Experto en Terapias Neurocientíficas

Colaborador en OWL INSTITUTE. Institut Psicològic

 

 

 

Fuente de la imagen: https://edomex.quadratin.com.mx/invita-uaem-al-diplomado-intervencion-crisis/