Imagina retroceder en el tiempo, a una era prehistórica…

Concretamente estás en el año 12.000 A.C., viviendo en una cueva con tu tribu. Todo es una amenaza, literalmente. Desde el frío glacial, la falta de alimentos, los depredadores que acechan, las luchas entre clanes, o cualquier caída o rotura que puede acabar en un desenlace fatal.

Todas estas circunstancias llevaron a que la especie humana tuviera que desarrollar un fuerte sentido de protección y de supervivencia.

Pero, ¿cómo lo lograron vencer ese miedo?

A través de la emoción del miedo. Esta emoción básica es la que permite poder preparar al organismo para una respuesta inmediata de:

  • Luchar
  • Huir
  • Congelarse

La primera opción es la que permitía que, en caso de amenaza de un depredador como, por ejemplo, un tigre de dientes de sable, que se había acercado demasiado a la cueva, pudiesen coger una piedra o una lanza y tratar de protegerse.

La segunda opción es la que facilitaba que, en caso de que presenciaran a un grupo de una tribu rival, pudieran marcharse corriendo para poder encontrar refugio con su clan.

Y el tercer elemento era la alternativa, en el caso de avistar a un oso, de tratar de esconderse, evitando así que les viera.

Estas respuestas naturales al miedo permitieron que aquellos seres humanos que las aplicaban pudieran continuar con vida. Y, cómo resultado, poder dejar sus genes a sus futuras descendencias.

¿Y qué pasaba con los seres humanos que no respondían al miedo?

Simplemente no sobrevivían.

Es por esta razón que estamos programados para hacer caso a la emoción del miedo.

Quizás en el presente no tendremos que hacer frente a un tigre dientes de sable, pero si a, por ejemplo, clientes que pueden estar descontentos/as y que pueden llegar a ocasionar que perdamos nuestro puesto de trabajo.

Puede que no tengamos que lidiar con tribus enemigas, pero sí con compañeros/as tóxicos y que nos pueden perjudicar en nuestro ámbito personal y profesional.

Y tal vez no sea necesario que nos escondamos de un oso pero, por ejemplo, debemos vigilar al cruzar por la calle y asegurarnos de que no nos atropellen ciclistas, patinetes u otra clase de transportes.

Esto nos lleva al punto de comprender mejor el miedo y de reconocerlo como una emoción que nos ayuda a sobrevivir.

✅Aun así, la clave está en encontrar un punto de equilibrio y aprender a gestionar esta emoción.

Y esto es así ya que, en dosis muy elevadas, puede llegar a paralizarnos y a bloquear toda clase de iniciativa. Pero en el caso de no sentirla, nos llevaría a cometer locuras como cruzar la calle sin mirar o a que nos asomásemos desde el balcón de un quinto piso.

Comprende tu miedo y deja margen para gestionarlo, llámanos y solicita información sin compromiso si necesitas ayuda profesional de un buen psicólogo en Barcelona.