Cualquier aprendizaje requiere de una práctica consciente, hasta que dejas de pensar en ello y forma parte de ti, hasta que se convierte en un hábito. Tanto si hemos aprendido a ir en bici, a conducir o a teclear en un ordenador, siempre es necesario e inevitable pasar por este periodo de aprendizaje. Un estadio en el que nos podemos mover con más o menos torpeza, lentitud y dudas para realizar esa actividad, ponemos toda la consciencia en cada movimiento. Hasta que poco a poco, la práctica forja al experto, y conseguimos integrar toda esa experiencia y conocimiento y mecanizar-lo, de manera que sucede solo.

Con las actitudes de la vida pasa exactamente lo mismo. Todos tenemos la capacidad de cambiar nuestras actitudes frente a la vida y añadir cualidades a nuestra personalidad. Por ejemplo, una persona a la que le cuesta ver la parte buena de las cosas, puede desarrollar una forma de ser positiva frente a la vida y conseguir relativizar los problemas del día a día.

Por eso la actitud que mostramos es muy importante. Nuestra actitud actúa como el prisma a través del cual podemos interpretar nuestra realidad, como si nos pusiéramos unas gafas para ver de forma distinta. La diferencia entre las personas optimistas y pesimistas no está en la realidad que observan, sino en el adjetivo que escogen para definir esta realidad. Esta es la diferencia clave.

Podríamos categorizar esta manera de ver las cosas en tres posturas: los ilusos, los pesimistas y los optimistas.

Los primeros, los ilusos o ilusionistas, los llamamos así ya que son personas que distorsionan la realidad, la modifican a su gusto. Por ejemplo, si está lloviendo, uno puede imaginarse que hace un día soleado, que no hace frio y que no necesita paraguas ni nada que le resguarde. Eso no sería ser optimista, es ser un iluso. A menudo se critica a los optimistas y se les confunde con los ilusos, pero son cosas distintas.

Si uno se imagina que no llueve y sale a la calle sin paraguas, lo único que conseguirá será un buen resfriado. Ser iluso no nos lleva a ningún sitio, porque tarde o temprano chocamos con la auténtica realidad, y evadirnos inventando ilusiones no nos evita que nos encontremos con ella.

Los segundos serían los pesimistas, la persona que ve una realidad objetiva pero decide escoger adjetivos más negativos para definirla. Sin duda esos adjetivos o pensamientos adversos sobre la realidad son reales y encajan con esa situación concreta, pero son negativos. Si delante de un problema nos dedicamos a ver la parte negativa, aunque esta sea cierta y real, es normal que aparezca más fácilmente el desánimo.

Y la tercera forma de ver la realidad sería la de los optimistas, los que delante de una situación escogen unos adjetivos (reales y adecuados) más positivos para describirla. Es la misma realidad, pero con distintos adjetivos.

Tanto el pesimista como el optimista tienen razón, pero claramente sale más a cuenta escoger ser optimista. El primero lo tiene más difícil para conseguir un buen resultado porque le es más fácil desanimarse, se predispone a las cosas negativas. Mientras que el segundo, el optimismo, tiene esperanza, lucha para realizar e mejor esfuerzo ya que ve posible el mejor de los resultados.

El pesimista es aquel que ve las dificultades de cada situación, mientras que el optimista es aquel que ve las oportunidades.

 

 

 

 

 

Víctor Carretero

Colaborador de OWL INSTITUTE. Institut Psicològic

Psicólogo

Experto en Terapias Neurocientíficas